Y saltar de mi tejado al tuyo. Porque hoy soy
gato. Y siempre. Pero hoy más.
Y notarás mis uñas clavadas en tu espalda
desmontando la amargura de este día, nuestro aliado y al mismo tiempo enemigo
será el silencio de las madrugadas. Tan caprichosas y especiales. Y ambos somos
conscientes de que somos un amor adolescente.
Cargado de locura, pasión y ganas
de vivir.
Y que cuando pase, quién sabe cuanto tiempo. Desclavaré mis uñas de
tu espalda y descorreré la ruta de los tejados.
Me quitaré el disfraz de gato y
volveré al calor de mis sábanas y al cobijo de mis cascos.
Y cuando pase, quién
sabe cuanto tiempo, me despertaré. Y ante mi habrá un nuevo día, me preguntaré
si combatirlo con café o alejarme de esa droga. Y posiblemente me olvide de que
anoche olías tan bien que me olvidé el mundo.
Eres esa noche de borrachera, esa droga que te eleva al piso más alto de
un gran edificio. Y cómo toda droga tienes su periodo de latencia, en el cual
me envuelves en el éxtasis más alocado y extremo.
Después el descenso, dónde
dueles. Y la resaca, dónde me doy cuenta que lo peor de tenerte no es el dolor
de cabeza que dejas después sino encontrarte con la realidad.
Encontrarte con
el hecho de que no se puede vivir siempre bajo el efecto de esa droga, que se
pasa.
Y que no te volveré a probar, esa
falsa promesa de “no beberé más”. Hasta que bebo, hasta que caigo de nuevo...