sábado, 28 de julio de 2012

Relato



"A la salida del metro se le calló una bolsa, la cogí y se la dí.
-Gracias –su voz. Golpe; Pum. Pum. No le contesté. No podía parar de mirarlo. Le seguí de cerca. Nos paramos uno al lado del otro en un semáforo. Era tremendamente sigilosa como esa espía secreta con la que siempre había soñado ser de pequeña. De repente se giró hacia su izquierda, hacia mi, como si pudiera verme. Su cara y la mia quedaron a escasos centímetros. El corazón me latía más y más fuerte, tanto que pensaba que me había descubierto.  Ya había fracasado en mi primera misión secreta. De repente el sonido del semáforo comenzó y cruzó la calle. Que tontería, ¿cómo me iba a ver? Le seguí de cerca.
A los pocos metros se paró.
-¿Quién eres?  -dijo en un tono de voz sereno.
No le contesté, me pilló de sorpresa y por otro lado sabía que mientras que no hablase no tendría por qué pasar nada. Podría irme por la siguiente calle y nada de esto habría ocurrido.
 -¿No crees que juegas con ventaja? No parecía molesto ni alterado.
Pensé que debía contestarle pero… ¿qué le decía? “hola” o “Fede soy yo Maica, ¿te acuerdas de mi?” Que absurdez. Aguardó en silencio pero ahora se había girado directamente hacia mi. ¿Cómo sabía que estaba ahí?
-Tengo el oído muy afinado. –se me había olvidado, él podía leerme la mente. Siempre lo había hecho y ahora no era menos. Esa telepatía sobrenatural que nos unió aunque hubiesen pasado diez años  seguía ahí. Y yo también seguía ahí, sin saber que decir. De repente era muda. Vaya panorama, él ciego, yo muda.
-Bastante hay con un ciego como para que ahora tú pierdas el habla –de nuevo esa telepatía. No me hacía falta hablar, solo con pensar bastaba. Este pensamiento me hizo gracia y sin darme cuenta reí en voz alta. Su cara cambió, reconoció mi risa. Lo sé.
-Habla –toda la serenidad y amabilidad que había mostrado hasta el momento se esfumó. -¡habla! –repitió. Supongo que pensaría que se estaba volviendo loco. No merecía eso, tenía que decirle algo.
-Si supiera que decirte, te hablaría –cómo siempre le dije aquello que pensaba, tal cual. Esa manía nuestra de decirnos todo lo que pensábamos. Muchas veces pienso que eso fue lo que lo fastidió todo. Esa sinceridad extrema. Esa transparencia.

Sonrió, recuperó su serenidad. Ahora sabía que era yo, ahora sabía que no estaba loco.
-Siempre supe que algún día llegaría este momento. Bueno, este exacto no. Que irónico, vuelvo a no verte, solo a escucharte. Como entonces.
-¿Desde cuando…?
- Desde siempre –le iba a preguntar qué desde cuando estaba ciego, lo supo y me interrumpió-¿sábes? Ahora veo todo mucho más claro. ¿Irónico verdad? –solo pude realizar una media sonrisa con un ligero sonido. Pero él imaginó mi cara. No hacía falta ojos, él me había visto desde siempre.
-¿Te apetece un café? –él sonrió. Eran las diez y media de la noche. Sabía por qué lo decía, nos debíamos muchas cosas y la primera de todas fue un café. Cuando comenzamos a conocernos fue lo primero que me dijo que le encantaría tomar un café conmigo. Estábamos a 300 kilómetros de distancia, ese café significaba más que cualquier otro. "

[[Entrada diferente, no aconsejable]]

jueves, 26 de julio de 2012

Durante una luna


  El sonido de tus pisadas sobre mi parquet me trajeron a la realidad de que te tenía entre las redes, esas que aprendí a tejer con noches de soledad y desengaño, esas mismas que amarran a la más salvaje bestia, aunque su efectividad se limite a una sola noche.

Esa noche eras para mi, al día siguiente saldría el sol y fastidiaría todo. Tenía que hacer de las próximas horas que teníamos por delante, todos esos meses que estaría añorando otra noche así. Tenía que, en unas horas, recuperar todas las noches perdidas en la soledad de mi almohada. Y en ese tiempo, en que duraba esa luna, tenía el justo para cambiar por ti todo el polo magnético de la Tierra.


   Esta noche me entregaría entera a ti, para por la mañana, tras una adiós, agarrada al marco de la puerta, medio desnuda, con el pelo cayéndome por la cara tras la lucha, lanzarte alguna sonrisa picarona y cerrar la puerta, y con ella esta historia.
Para después quedarme dentro recogiendo  cada pedazo de mí, reconstruyéndome para entregarme, cuando pase el tiempo de rehabilitación necesario, a cualquier otro. 
Solo durante una luna. Y así, sobrevivir.