"A la
salida del metro se le calló una bolsa, la cogí y se la dí.
-Gracias
–su voz. Golpe; Pum. Pum. No le contesté. No podía parar de mirarlo. Le seguí
de cerca. Nos paramos uno al lado del otro en un semáforo. Era tremendamente
sigilosa como esa espía secreta con la que siempre había soñado ser de pequeña.
De repente se giró hacia su izquierda, hacia mi, como si pudiera verme. Su cara
y la mia quedaron a escasos centímetros. El corazón me latía más y más fuerte, tanto que pensaba que me había descubierto. Ya
había fracasado en mi primera misión secreta. De repente el sonido del semáforo
comenzó y cruzó la calle. Que tontería, ¿cómo me iba a ver? Le seguí de cerca.
A los
pocos metros se paró.
-¿Quién
eres? -dijo en un tono de voz sereno.
No le
contesté, me pilló de sorpresa y por otro lado sabía que mientras que no
hablase no tendría por qué pasar nada. Podría irme por la siguiente calle y
nada de esto habría ocurrido.
-¿No crees que juegas con ventaja? No parecía
molesto ni alterado.
Pensé
que debía contestarle pero… ¿qué le decía? “hola” o “Fede soy yo Maica, ¿te
acuerdas de mi?” Que absurdez. Aguardó en silencio pero ahora se había girado
directamente hacia mi. ¿Cómo sabía que estaba ahí?
-Tengo
el oído muy afinado. –se me había olvidado, él podía leerme la mente. Siempre
lo había hecho y ahora no era menos. Esa telepatía sobrenatural que nos unió
aunque hubiesen pasado diez años seguía
ahí. Y yo también seguía ahí, sin saber que decir. De repente era muda. Vaya
panorama, él ciego, yo muda.
-Bastante
hay con un ciego como para que ahora tú pierdas el habla –de nuevo esa
telepatía. No me hacía falta hablar, solo con pensar bastaba. Este pensamiento
me hizo gracia y sin darme cuenta reí en voz alta. Su cara cambió, reconoció mi
risa. Lo sé.
-Habla
–toda la serenidad y amabilidad que había mostrado hasta el momento se esfumó.
-¡habla! –repitió. Supongo que pensaría que se estaba volviendo loco. No
merecía eso, tenía que decirle algo.
-Si supiera
que decirte, te hablaría –cómo siempre le dije aquello que pensaba, tal cual.
Esa manía nuestra de decirnos todo lo que pensábamos. Muchas veces pienso que
eso fue lo que lo fastidió todo. Esa sinceridad extrema. Esa transparencia.
Sonrió,
recuperó su serenidad. Ahora sabía que era yo, ahora sabía que no estaba loco.
-Siempre
supe que algún día llegaría este momento. Bueno, este exacto no. Que irónico,
vuelvo a no verte, solo a escucharte. Como entonces.
-¿Desde
cuando…?
- Desde
siempre –le iba a preguntar qué desde cuando estaba ciego, lo supo y me
interrumpió-¿sábes? Ahora veo todo mucho más claro. ¿Irónico verdad? –solo
pude realizar una media sonrisa con un ligero sonido. Pero él imaginó mi cara.
No hacía falta ojos, él me había visto desde siempre.
-¿Te
apetece un café? –él sonrió. Eran las diez y media de la noche. Sabía por qué
lo decía, nos debíamos muchas cosas y la primera de todas fue un café. Cuando
comenzamos a conocernos fue lo primero que me dijo que le encantaría tomar un
café conmigo. Estábamos a 300 kilómetros de distancia, ese café significaba más
que cualquier otro. "
[[Entrada diferente, no aconsejable]]