El
sonido de tus pisadas sobre mi parquet me trajeron a la realidad de que te
tenía entre las redes, esas que aprendí a tejer con noches de soledad y
desengaño, esas mismas que amarran a la más salvaje bestia, aunque su
efectividad se limite a una sola noche.
Esa
noche eras para mi, al día siguiente saldría el sol y fastidiaría todo. Tenía
que hacer de las próximas horas que teníamos por delante, todos esos meses que
estaría añorando otra noche así. Tenía que, en unas horas, recuperar todas las
noches perdidas en la soledad de mi almohada. Y en ese tiempo, en que duraba
esa luna, tenía el justo para cambiar por ti todo el polo magnético de la
Tierra.
Esta
noche me entregaría entera a ti, para por la mañana, tras una adiós, agarrada
al marco de la puerta, medio desnuda, con el pelo cayéndome por la cara tras la
lucha, lanzarte alguna sonrisa picarona y cerrar la puerta, y con ella esta
historia.
Para
después quedarme dentro recogiendo cada
pedazo de mí, reconstruyéndome para entregarme, cuando pase el tiempo de
rehabilitación necesario, a cualquier otro.
Solo durante una luna. Y así,
sobrevivir.
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