miércoles, 22 de mayo de 2013

A este insomnio lo llamaré nostalgia.


Y a este insomnio lo llamaré nostalgia. Nostalgia de ti.
O quizá a esta nostalgia debería llamarla insomnio.

Son las cuatro de la mañana y llevo intentando dormir desde las doce. Hay un gato que ronronea junto a mi almohada y se desvela de vez en cuando, para mirarme y decirme con los ojos, que qué clase de chiflada estoy hecha. Yo lo acaricio y le digo que vuelva a dormir, él que puede. El que tiene el don de descansar 18 horas de 24. Qué feliz sería de ser así. ¿Imaginas lo fácil que sería todo si pudiese pasar 18 horas al día soñándote? Y es que hace tiempo que los verbos tenernos y vernos perdieron su conexión.
Y hablando de verbos, que bonita era aquella época en la que todos los verbos se conjugaban con la primera persona del plural. Ahora tú te conjugas con la tercera persona. De los verbos. Y yo, casi siempre en primera. No voy a negar que de vez en cuando cambio pronombres. No voy a eximir mi culpa de que hice muchas conjugaciones en presente mientras tú te quedabas en el pasado. Pero hay un verbo que yo nunca conjugué, que nunca he sido capaz de conjugar y que tú parece, parece… no dudaste mucho. Si, el verbo querer.  

Son las cuatro de la mañana y mi nostalgia de ti no me deja dormir. Sabe que cuando despierte de soñarte tendrá más hambre. 


lunes, 13 de mayo de 2013

Destino o adverbio de posibilidad.

      Antes, en las estaciones se conocía a mucha más gente. Hablabas con uno y otro para amenizar las esperas. Ahora, sin embargo nos pegamos a estas escasas cuatro pulgadas.Dejamos de lado la vida real y nos centramos en la virtual.

Sufrí mucho con aquella historia. Sobre todo, por la decepción que me causó. Fue como una luz en medio de una oscuridad que venía tatuada en mi piel desde hacía varios años. Y se apagó de golpe. Justo cuando pensaba que lo tenía, cuando me dio los suficientes motivos y actos como para creérmelo. Debía haberme fijado más en los detalles, me tendría que haber dado cuenta de la debilidad que desprendía. Pero no lo hice y por no estar atenta me tocó patinar descalza sobre el agua de nuestro repentino deshielo. O del suyo, o del suyo que causó el mío. 
Me pregunto qué pasaría por la mente de todos aquellos desconocidos que me vieron llorar sin parar en la estación y si a alguno se le ocurrió, aunque sea por un momento, acercarse y tenderme un pañuelo como había hecho unos meses antes aquel italiano de luna de miel en el tren cuando yo lloraba porque nos despedíamos. No. En España somos más duros. O más cagados. En España nos pegamos a estas máquinas en lugar de mirar a nuestro alrededor si alguien necesita un pañuelo. 

O por ejemplo, como ese chico tan guapo que no deja de mirar desde que me senté. Ese que lleva en una mano un libro de Benedetti, que deja sonar entre sus cascos algo de Sabina, que tiene una sonrisa nerviosa preciosa y a quien no se le ocurren ya más preguntas estúpidas que hacerme. Me ha preguntado por la hora (a pesar del reloj gigante que hay justo al lado), el lugar del aseo (bien señalizado con carteles en azul eléctrico), el lugar de la cafetería (si, esa del cartel en neón verde). 
Quedarme enfrascada en mis pulgadas, en lugar de girarme y preguntarle quizá, que como ve el cambio en la trama a mitad de libro, la conversación del jardín entre los protagonistas, preguntarle quizá por su canción favorita de Sabina y que eso nos lleve a hablar quizá, solo quizá de aquel concierto de Marwan en sala b, hace dos años. Donde sin saberlo quizá estábamos prácticamente al lado. 
Que eso, nos lleve a su vez a hablar de otros locales y descubrir entre incredulidad y risa nerviosa que vamos por los mismos sitios y sin habernos visto... tal vez quedemos para tomar una cerveza al volver del fin de semana. Y quien sabe, lo mismo en ese momento pensemos: ¡el fin de semana! miremos a nuestro alrededor y nos demos cuenta de que estamos solos, que es de noche y que por supuesto, ya hace tiempo que perdimos nuestros autobuses, o nuestro autobús. 

Quién sabe, lo mismo nos quedamos serios pensando un segundo y después acabemos rompiendo a reír. Tal vez, adelantemos nuestra cerveza y reconstruyamos nuestro fin de semana. Tal vez.

Quizá, cuando el domingo por la tarde tumbada en el sofá, y aun con el sabor de sus labios en los míos, coja el móvil y vuelva a leer ese "ya te echo de menos" que iluminó la pantalla nada más escuchar el ruido de la puerta cuando se fue, quizá, en ese instante, me quede pensativa y me alegre en lo más profundo de mí, de haber guardado el móvil en silencio en el fondo de la mochila aquella tarde en la estación. Pero tal vez. Solo, tal vez.