jueves, 14 de febrero de 2013

De lo que yo creo que es el amor



Quien me estuviera viendo en este momento podría decir que estoy huyendo. Pero yo, que estoy aquí, a tu lado, te digo que no. Eso que ven es solo un cuerpo sentado en el último asiento del autobús, pero mi alma atravesó esa ventana por la que el cuerpo mira, en el momento en el que  arrancó. Y voló, y voló. Para llegar al sitio donde se quedaría para siempre. A tus pies. Siendo la sombra perpetua de tus días y tus noches. Siguiendo cada paso que das y no. Apoyándote en las sonrisas que decides regalar y las que prefieres guardar en esa caja tuya que nos separó en materia. Por eso aciertan las voces que susurrantes se acercan a ese cuerpo. De esas voces poco me llega aquí, a tu costado. Atino a percibir algún ápice de conversación que deja entrever algo de que soy gris. Y aciertan. Es parte de nuestra condición de sombra. 
A veces, pocas veces, cuando duermes apacible mi alma echa una mirada de soslayo a ese cuerpo que se marchó forzosamente y observa cómo a duras penas consigue respirar. Observa como tiene que alimentarse de otras cuerpos, alejado de su propia alma, para conseguir sobrevivir. El problema es, que el resto de almas se encuentran divididas a su vez y alejadas de esos cuerpos de los que el mio intenta alimentarse. De la misma manera que tú lo estás. 
El amor es la situación exacta en que dos almas cambian de cuerpo y el cuerpo al que viajan es el dueño, de ese alma, que habita el tuyo propio.
El problema del amor es que los cuerpos buscan otros cuerpos y no hacen caso a esas almas. Se encuentran con otros cuerpos que les ayudan a sobrevivir. Pero no hayan el alma que pueda habitarlo y a la vez sea cuerpo que habitar.
Personas a las que poder habitar hay muchas, es fácil encontrarlas. Lo difícil es encontrar esa que también te pueda habitar a ti. Lo difícil es tener la paciencia suficiente que consiga contener a tu alma en esas ansias locas de volar y así conseguir hacerla esperar el tiempo suficiente hasta que llegue el momento mágico, azaroso, y casi improbable de que el azar te ponga por delante esa casualidad exacta en que ese alma se cruce en tu camino.
Para eso no podemos dejar que sea el cuerpo quien guíe y tenemos que contener el alma dentro. Sin impaciencia. Porque sino nunca se conseguirá. 
Yo ya estoy condenada. Lloro (y no tengo ya lágrimas porque soy sombra) a los pies de un cuerpo deshabitado. Y asumo mi doble maldición de estar condenada eternamente a ser la Sombra de este vacío infinito porque mi inútil cuerpo jamas será capaz de identificar ese alma y no es lo suficientemente fuerte como para conseguir guiarla y reconvertirla. De sombra en alma. Pero a veces, cuando él. Duerme apacible y mi. Alma, yo, miro de soslayo a ese cuerpo. Triste, condenado, puedo soñar con que algún día la casualidad haga que mi ente corporal choque de lleno con un alma pura (posibilidades remotas) y que ese alma consiga (con su fuerza extrema) entrar en mi cuerpo y lograr que yo, sombra, me transforme de nuevo en alma y pueda viajar para volar hacia el interior de ese cuerpo.


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