Tu eras
tú sin ser yo, tu eras
cualquier polvo en un albergue de Amsterdam,
eras un amanecer con gente
llegando en un albergue de Londres,
eras aquella residencia de Nueva York en la
que me vi, te vi y nos vimos,
eras todo lo que mi mirilla podría desear cuando sonaba
el timbre.
Y, sin
embargo, tuve que despedirme de ti mucho antes de que el mundo decidiera que tu
y yo no estábamos hechos para estar juntos
Quizá podríamos
haberlo imaginado pero… No sé, a veces necesitas que el mundo sea quien te diga
las cosas y no tu mismo.
Eras un
corazón con un nombre distinto al norte que se impartía entre nuestros huesos.
Eras un corazón que simulaba el sur, con miles de playas y tres atardeceres
dentro de una cochera donde el mar nunca se puso.
Tu fuiste polvo, y el sol, se
hizo herida.
Tu fuiste estrella, y mi boca, salió corriendo hacia tu despertar, para dejar de verte, porque claro, dolías.
Yo fui
enchufe lejos de tus caderas y nada pudo prender. Y fui espejo y vi el alma,
reflejada. Y fui luz, y tu sombra no quiso acercarse a mí.
Yo fui pelo
despeinado y tu fuiste dedos que enredan. Yo fui grifo y el agua se cerró, de
golpe, dejó de salir.
Tu eres ese lunar, en el lugar exacto en el que los dedos
se quedan para siempre.
Dejaste de ser cicatriz cuando pasaste a ser una
dehiscencia de suturas. Dejaste de ser, y sin embargo, yo tuve que coexistir. Y
claro luego viene la risa y te recuerda que el mundo fue feliz. Y tú sigues ahí, aislado, en tu rincón, sabiendo que el mundo puede continuar pero que
tú en ese momento no estás preparado para subirte.
Fuiste
pupilas verdes y el mar azul de tus ojos, que luego se creó, debió salir huyendo.
La luna no quiso despedirse, porque total volvería en 24 horas. O menos. Quizá
el sol… se lo planteó. Pero de ver tu número 38 decidió que ese pie debería ser
su hogar.
Pero claro, luego vino el cartel de prohibido fumar y esa toalla
colgada en la puerta diciendo, sécame que estoy húmeda de llorar. Esas
napolitanas pasadas, esa cerveza abierta y sin beber, esa pasta de dientes, que no es, sin que tu le restes la
mitad. Esos enchufes que se quedan solos cuando tu no estás para cargar tus
cosas, cárgame, dame todo lo que no pude tener.
Todo lo que no pude tener… Eso fuiste tú. Porque estuviste, pero no
estabas. Estabas en un avión decidiendo donde querías atardecer o aterrizar, da
igual, todo es caer.
Y, sin embargo, no te gustaron mis labios. No eran lo
suficiente. Y claro, ahora vienen mis
lágrimas y mis heridas vuelven a salir, vuelven a sangrar y a decirme que el tiempo
está cambiando y que aquí… ya nunca es verano.
Ya nunca,
es verano más.
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