Tengo la piel a tiras esparcida por toda la ciudad, congelándose en
las esquinas y siendo mendigo de los recuerdos. Le llueve encima y qué más da
si el mundo desapareció en el instante en que tú la destrozaste.
Ya no puedo hablar de sentimientos porque a penas recuerdo que eran.
Tengo que mirar las fotografías que nos hicimos en aquel piso 80 para acordarme
de que una vez llegamos a lo más alto. Yo volaba continuamente por el cielo de
tu boca sin paracaídas ni pista de aterrizaje. Era la primavera de un año a
principios del dos mil. Todo es más fácil en primavera, hasta las respiraciones
que van acompañadas del aroma de las flores. Pero las estaciones pasaron y llegó la época
de lluvia. Se cerró tu cielo en una tormenta clandestina ocultando cada una de
las constelaciones que me dejabas ver.
La caída que dejó así mi piel fue
brutal, menos mal que las calles no hablaron y que nos guardan el secreto y los
recuerdos en las esquinas donde menos lo esperamos.
Y como el alcohol desinfecta, voy a ver que quiere esa botella de
Tequila que no para de gritar mi nombre en busca de tu olvido. Mañana al
despertar esa botella me recordará que no es mi alma lo único que está vacía.
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