sábado, 14 de enero de 2012

"Turquía y yo"


-Voy al baño sujeta esto –y me veo sola en medio de ningún sitio sujetando la copa (casi entera) de un completo desconocido que lleva hablando conmigo más de media hora, sin saber que pretende pero sabiendo lo que no va a conseguir.

-¡Que nos vamos! ¿Aún estás así? ¡Anda trae! – y de un tirón sin apenas darme cuenta de que había llegado, Tom me quitó la copa en un movimiento fugaz y se la bebió al trago, mis ojos se extendían a la par que mi boca, sin embargo no me dio tiempo a articular ni una sola palabra.

-Vale, la has cagado. La copa no era mía

-Bueno, ¿y qué? ¿de quién era, de ese panolis? Anda vámonos ya –la situación en realidad era bastante graciosa, aunque un tanto comprometida. Además la dosis de alcohol que llevaba en mi me hacía ver las cosas de un modo más extraño todavía. Como un acto reflejo miré hacia la barra, donde había varios restos de copas. Alguien con no muy buen corazón había decidido abandonarlas allí, a aquellas pobres copas las cuales solo buscaban dar lo que ellos necesitaban, la tranquilidad y la evasión que solo el alcohol prestaba. Pero yo estaba dispuesta a hacerlas renacer, a darles una segunda oportunidad. Asíque sin pensarlo demasiado me dispuse a llenar aquel vaso vacío, que mi amigo me había devuelto repidamente después de los escasos dos segundos que había tardado en ingerir todo su contenido.

Y este fue el instante en el que lo vi. Dos grandes ojos azules interrumpidos, en según que zonas, por finos y despuntados mechones rubios. Un poco más abajo una gran sonrisa. De esas sonrisas que te transmiten tranquilidad, bondad.
-¿Se puede saber qué haces?
- Mmm… ¡si te lo cuento no te lo vas a creer!
- ¿Es mentira lo que me vas a contar?
-Peor.
- Lo  dudo, no hay nada peor que la mentira. Pero… adelante. –aquí le conté lo cómo el pesado de minutos antes (omitiendo lo de pesado, pero dejando claro que no tenía intención de irme con él a ningún sitio y que de hecho estaba a punto de desaparecer cuando él me encasquetó su copa) había ido al baño y mi amigo se había tragado literalmente todo el contenido antes de que pudiese frenarlo. 
Al parecer todo aquello le hacía mucha gracia, gracia que en realidad tenía pero que yo hasta el momento no me había percatado del todo. Al final los dos acabamos riéndonos a carcajadas, yo con media copa de mezclas en mi mano y olvidándome de todo. De repente el del baño apareció, ni siquiera lo vi venir. La luz de esos ojos me impedía ver poco más allá. Me cogió la copa de la mano y me dijo algún comentario de queja al cual no atendí mucho, estaba concentrada en su sonrisa esta vez. En lo sencilla y limpia que era, en lo natural que parecía. No sé cómo pero veinte minutos después me encontraba sentada en una esquina de un bar, con música tranquila de fondo, luz ténue, dos cervezas delante y de nuevo esos ojos, él. 

Como algo instintivo habíamos salido del bar, el me dijo de tomar algo, mis amigos desparecieron, los suyos también. Y creo que uno de ellos con mi amiga. Pero no lo recordaba bien, ya la llamaría al día siguiente. Por ahora tenía mucho en lo que entretenerme... Le dije que vale, creo que apenas sin hablar. Y le dejé que me guiase, era un completo desconocido y si se piensa fríamente podría haberme llevado a dónde le diese la gana, pero en ese momento estaba tranquila, como si tirase de mi una fuerza superior que a la vez me tranquilizaba y me hacía notar que nada malo podía pasar. 

Después de esas cervezas vinieron otras dos, luego otras dos y otras dos más, del resto ya perdí la cuenta. La conversación iba avanzando con fluidez, no había silencios incómodos solo pequeños periodos de tiempo que dedicábamos a pensar nuestras contestaciones. Los temas de conversación no faltaron y fueron a más variados no poder. Me sentía tranquila, relajada. Como si lleváse mucho tiempo queriendo tener esa conversación, era curioso puesto que hasta esa noche yo no lo conocía. Tenía la misma sensación que se tiene cuando llevas mucho tiempo sin hablar con un amigo, ese con el que siempre acabas teniendo largas conversaciones. 
Conforme la noche iba pasando y el alcohol iba haciendo su efecto en mi cabeza, me iba percatando de otros detalles, me fijaba en sus labios en lo carnosos que eran y me preguntaba como sería besarlos. Me fijaba en sus hombros y en lo poco de su torso que la mesa me permitía ver y me preguntaba como sería al tacto, si duro, si blando, si suave… y cada vez estos pensamientos ocupaban más mi mente. Creo que él se dio cuenta y me dijo que si prefería ir a otro sitio. Me ahorré el comentario de “si, a tu casa, concretamente a tu habitación” y no porque no lo pensase.

Fuimos a un pub cercano, allí la música sobrepasaba algunos decibelios dentro de la normalidad, la luz ya no era ténue sino casi nula y las mesas y sillas que nos acompañaban en el bar anterior habían pasado a convertirse en personas, no recuerdo ni una sola cara, ni un solo peinado, ni una sola mirada. No había nadie,  mi mente solo pensaba en quien tenía a mi lado en ese momento. Sensación que solo he tenido dos veces en mi vida y que si no llega a ser por el poco espacio al razocínio que me dejaba la cerveza me habría asustado. Al principio empezamos con un baile más o menos tímido, más bien por impulso, después fuimos animándonos y cada vez acercándonos más, hubo un momento en el que pensaba que si no me besaba iba a explotar allí mismo en miles de pedacitos. Y sin pensarlo cuando menos me lo esperaba me miró fijamente a los ojos, enarcó una media sonrisa y me besó. Sutilmente, despacio, tímido. Después se separó tan solo unos milímetros, cogió carrerilla, y volvió mucho más fuerte, la timidez había casi desaparecido. Nuestros cuerpos se movían siguiendo la música pero era un movimiento más bien involuntario nada forzado y nuestras bocas… nuestras  bocas decían lo que no está escrito ni por escribir, sin hablar, sin pronunciar palabras. Intercambiaban monólogos salivares y discusiones mordicidas. Abrian y cerraban asuntos de estado y presumían de cortos periodos de vacaciones, cortísimos fines de semana para respirar, instantes. Y después volvían al trabajo, a la charla con más fuerza, con más ímpetu aún.

Cuando terminó la canción que sonaba de fondo en ese momento, ni la recuerdo, solo lo supe porque involuntariamente nuestros cuerpos se detuvieron por unos segundos. Me alejé, no mucho y le susurré al oído “vamos a tu piso”.

        Lo siguiente que recuerdo es lo incontable, y no precisamente porque no puedan contarse numéricamente, fueron tres, tres. Recorrimos los mapas de nuestro cuerpo, inspeccionamos cada paraje, cada camino, cada lugar secreto. Reímos, descubrimos, disfrutamos, amámos. Un viaje inesperado a un planeta paralelo… llenó de pasión y ternura.  Me olvidé del mundo, con todas. A la mañana siguiente, como era costumbre en mí, me levanté antes de que se despertase y sin hacer ruido me vestí para irme de allí cuanto antes. No me gustan los despertares después de las noches de pasión. En general no me gustan los despertares. Las noches son mágicas, están llenas de miles de secretos, de pasiones, de aventuras y las mañanas sin embargo están vacias, estropean fastidian las noches perfectas. Por eso quería salir de allí antes de que se despertase, antes de ver su cara de por la mañana posiblemente completamente diferente a la de la noche, en las noches se busca, por muy especial que sea y una vez conseguido, por las mañanas, es imposible no mostrar extrañeza y desagrado al encontrarte con algo que ya forma parte de tu pasado. 
Como no veo necesario conservar en mi memoria esos rostros me voy antes de que amanezca, antes de que el hechizo de la noche se rompa.

Pero entonces sucedió algo, cuando levanté la cabeza del suelo tras coger mi pañuelo (esa es otra, adivina adivinanza donde quedaron las bragas…) no evitar fijarme en él. Por unos instantes me quedé parada, mirándolo. Sereno, de medio lado, con su rubio pelo desaliñado cubriendo su cara, deslizándose por su casi perfecta nariz, su medio torso, el mismo que hacía tan solo unas horas sentada frente a él en aquel primer bar me preguntaba como sería (datos que no taradaría mucho en descubrir con toda clase de detalles) y a la luz del día parecía aún más bello que se me antojó con el tacto. La poca luz que entraba del amanecer por la ventana reflejada en las sabanas blancas le daba un halo angelical al tono ligeramente tostado de su piel. Parecía tan suave que daban unas ganas hipnóticas de acercarse a tocarlo para comprobarlo. Pero me acordé de que ya lo había hecho y que aún era más suave de lo que parecía. Por un momento volví a la realidad, salí de ese periodo hipnótico en el que me encontraba. ¿Qué me pasaba? Bueno, ya pensaré eso más tarde. Ahora tenía que darme prisa, terminar de vestirme y salir de allí pitando, me había entretenido demasiado, supuse por la luz del sol, y como tardase mucho más no tardaría en despertarse y eso si que no, no sé que es más incomodo.

Terminé de vestirme, por fín había reunido todas mis cosas y me disponía a salir de la habitación cuando a mis espaldas escuche una voz… su voz
-        -  Menos mal que ese bolso es bastante pequeño, sino pensaría que has robado todo lo que has podido y huyes antes de que me dé cuenta. –su tono como siempre,  delataba ironia, serenidad y ternura, siempre ternura. No sé porque para mi, él todo lo decía con ternura. Quizá sus angelicales rasgos no me permitían atribuirle otro calificativo, aunque fuese plenamente consciente de que no lo conocía y que posiblemente estaba equivocada, que sería un cobarde más. ¿Cabrón? No... lo hombres no son cabrones. Son cobardes y debido a esa cobardía cometen cabronadas. Muy gordas a veces, pero cabronadas.
      Es que tengo un monton de cosas que hacer y no quería despertarte –dije siendo fuerte aún sin volverme. Y entonces me giré y ese hechizo que pensaba que se rompería con la llegada de la mañana y la salida de la noche, aún estaba ahí ahora más visible que a la luz de la noche. Su media sonrisa que hacía de sus ojos algo aún más brillante si cabía a medida que se ensanchaba.
- 
-Ya hay que ser responsable para levantarse tan temprano, enfrentarse al frío de la noche y salir del calor de estas sábanas. –su voz me invitaba a todo. Entre otras cosas a decirle “la irresponsabilidad es mi dios, quitarme la ropa corriendo y adentrarme en esa cama y pasar ahí todas las horas que mi cuerpo me permitiese” pero por otro lado estaba mi cabeza, la idea de que ese pensamiento no era el normal. No fuera de las tinieblas, no con la luz del sol. 

Por cierto, él es turco. No lo he dicho y tampoco era fácil de intuir debido a sus rasgos pero sí, lo es. Su español es perfecto pero tiene un aire místico y atrayente en su forma de pensar que lo hace diferente. No conozco a ningún turco con el cual compararlo pero yo lo atribuía a eso.
-          Tengo un café riquísimo. ¿Qué pasa no me mires así? Sé que soy turco pero soy adicto al café, no puedo evitarlo. –y en un gesto hábil se levantó de la cama, yo no había dejado de observarlo, y lo cierto es que ahora que lo pienso, llevaba demasiado tiempo así, más del normal. Parada, mirándolo, con mi bolso en una mano y la chaqueta rodeando mi brazo, con los ojos clavados en él y con una cara de gilipollas que mejor que no pude ver ni nadie inmortalizó. 

Mi mente trabajó rápido en el preciso instante en el que se levantó de la cama y las sábanas le resbalaron, debajo llevaba unos boxes de rayas azul y blancas. En algún momento de la noche, mientras yo dormía se los pondría. Uf. Respiré aliviada entre comillas. Fue hacia mi, yo aún seguía en la misma posición y con la misma cara de idiota. Él sonreía, no dejaba de sonreír a pesar de mi parálisis total que habría asustado al más experto doctor. Cogió mi bolso y mi chaqueta con cuidado, despacio, cómo dándome tiempo a no dejar que me lo quitase si eso era lo que quería y sin borrar esa media sonrisa, mirándome a los ojos, para detectar cualquier síntoma de disconformidad. Yo no opuse la más mínima resistencia, una vez se hizo con ellos su sonrisa se completó, pero muy sencillamente. Después me cogió ligeramente de la muñeca y me dio un pequeño tirón, como para sacarme de ese ensimismamiento, invitándome a que le siguiera. Y yo le seguí….

Me llevó al balcón, su casa daba a la Iglesia de San Francisco. Nos quedamos unos instantes en silencio contemplado la vida que se movía fuera. Al poco se escuchó jaleo, de la iglesia salía gente, al poco salieron unos novios, la gente empezó a echarles arroz y a gritar. Yo pensé que pobres infelices... no sabían lo que les esperaba. ¿Matrimonio? ¿Compromiso? para mi todo eso era igual a dolor, un aferrarse a algo que sabes que acabará antes o después o se mantendrá haciendo daño. ¿Para qué?

Lo siguiente que recuerdo es el ruido de la gente al fondo gritando un "vivan los novios" mientras los bañaban en arroz, mientras el turco me besaba y pensé en #lodepelicula que era esa escena. La pelicula no empezó la noche anterior, empezó ahí, en ese momento, en mi "bedday" (día de cama, para aquellos que no entiendan mucho inglés...) Un día entero en la cama... un día que ya contaré.... 
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P.D: no todo lo que aqui es contado es real.
P.D2: no todo lo aqui contado me ha sucedido a mi.
P.D3: tampoco voy a especificar qué lo es, qué no lo es y qué me ha sucedido a mi... ahí lo dejo. 

1 comentario:

  1. Por favor!!! si es lo que tiene lo Turco.... el pueblo quiere y necesita saber de ese bedday, FASCINANTE!!!

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