Ayer conocí a Julia. Fui una de las primeras personas en tocarla, la primera en vestirla, de las primeras en cogerla en brazos y quien la llevó a ver a su madre y a toda su familia por primera vez en su vida. Era tan pequeña, tan indefensa, tan blandita… parecía de cristal. Julia nació anoche en el hospital del río (llamémosle así) allí estoy haciendo las prácticas. Y a pesar de que he visto bastantes cosas me quedo con el recuerdo de Julia como el mejor de todos. Tocarla, tenerla entre mis brazos fue… “mágico” por poder ponerle una palabra. Y hoy no dejo de pensar en ella. ¿Qué será de ella en unos años? ¿qué estudiará? ¿dónde? ¿Cuál será el nombre de la primera persona que le rompa el corazón?
Justo antes de entrar al hospital estaba escribiendo algo, tiene que ver con la inocencia. Casualidad. También al entrar me enteré de la muerte de un paciente. Casualidad. (…unos que vienen otros que se van… la vida sigue igual) Ahí va lo que escribí:
“¿Alguna vez habéis soñado con volar?
Las historias cuando empiezan tienen algo que muy pocas cosas tienen. Inocencia. Al preprincipio (dícese de todo aquello que ocurre antes del principio) están las dudas, no sabes si a esa otra persona le atraes o si está empezando a notar la misma conexión que tú notas. Esta etapa es delicada para los inseguros, pueden liarse muchísimo y pasarlo realmente mal, dé o no dé la otra persona las señales correctas.
Y después… el principio.
Muchas de estas historias no acaban siendo mucho más que unos cuantos polvos mezclados con un poco de miel y chocolate. Un poco de azúcar para ese amargo café que es muchas veces la vida o esa sal [;)] que falta en algunas comidas. Pero eso no les importa a los principios, porque ellos están cargados de misterio e ignorancia.
Todo el mundo desea en alguno de esos matemáticos momentos que aporta la vida…
Si de esos en los que las ecuaciones parecen ir aumentando el número de incógnitas de manera exponencial al paso del tiempo. Esos en los que cada segundo que pasa hace de los problemas un bucle más y más complicado…
En alguno de esos momentos, todos deseamos volver a esa época en la que todo era absurdamente fácil. En la cual nuestros mayores problemas eran elegir aquellos regalos que nos traerían esos viejos la madrugada del 6 de Enero, salir los primeros al patio para elegir aquel banco en el que jugaríamos a ese juego “nuevo” que alguien había añadido al repertorio habitual, no quedarse sin balón, que te den la monea de rigor para comparte tus chucherías favoritas o preparar tu fiesta de cumpleaños sin que falte ningún detalle. En realidad, en esa época, aunque ahora nos parezca que teníamos tonterías de preocupaciones, para nosotros eso era un mundo y eran las preocupaciones más grandes que existían y de nuevo el tiempo, la edad, va haciendo que estas aumenten.
Lo que realmente era bueno de esa etapa, lo que realmente echamos de menos es la inocencia. La no maldad oculta en cada acto. Pero sobre todo, las primeras veces, las primeras experiencias. Valoro la experiencia como nada en este mundo. Durante mucho tiempo es lo que más he valorado. Pero es precisamente ella la que hoy me hace decir y en mayúsculas y subrayado que LA INOCENCIA ES LO MÁS BONITO QUE EXISTE. La experiencia es para los duros, la inocencia para los románticos. Y hoy me quito la coraza y digo que soy una romántica. Aunque muchas veces sea puro hielo, en realidad creo que es una medida de autodefensa, porque soy hipersensible.
Esa experiencia te evita los golpes a los que la inocencia hace exponerte y muchas veces (infinitas) recibir. Pero no se vive igual, para nada vivimos igual una historia con inocencia que con experiencia. Con la experiencia ya vamos sobre aviso, medimos cada centímetro, cada mililitro o todos aquellos que nos ha enseñado la misma. A más experiencia más medición, menos inocencia.
Sin embargo con la inocencia, todo es mucho más bonito. Alguien me dijo una vez que no había nada que se pudiera comparar a la sensación de subir al piso más alto y ver todo desde allí, como una maqueta sentir el aire puro y frío rozar nuestra cara. Sentirte flotando encima de una nube. Bien, yo me subí a ese piso metafórica y literalmente. Viví la historia más arriesgada, inocente y romántica que nunca viviré y que muchos desean con cada poro de su piel, porque yo la deseaba. También me subí al piso 80 del Empire State y vi la vida tal y como él me la describió. Aunque, esto fue mucho después, cuando ya mi corazón había recibido una caída libre sin arnés, metafóricamente.
Os aseguro que estar allí, asomarte al borde, ver como el sol se ponía cubriendo todo Manhattan de un tono naranja y con el único sonido de la gente de tu alrededor que ven lo mismo que tú porque el ruido de abajo no se escucha allí arriba, perder la noción del tiempo. Porque allí el tiempo se para. Ver como se hace de noche sin que ni siquiera te des cuenta, solo por un pequeño cambio, una pequeña variable en la ecuación, pequeñas lucecitas encendiéndose aquí y allá casi sin darte cuenta y de repente… miles de lucecitas envolviéndote y darte cuenta en ese preciso instante de que no es un sueño, de que es real y mirar hacia abajo y ver lo pequeño que es todo desde allí, las miles, millones de personas que forman parte de todo eso. Del mundo en general…
Cerrar un ojo, ponerte un dedo delante y ver que lo que para ti a simple vista ocupa la uña del dedo meñique es más de la mitad de Manhattan. Un cuarto de tu uña es un edificio de 40 plantas en el que puede haber cientos y cientos de personas. Una pequeña calle, como un pelo de fina al ser vista desde allí, está siendo transitada por cientos de coches y taxis amarillos (sobre todo taxis). Pensar en los miles y miles de corazones que hay ahí abajo latiendo a la vez. Os aseguro que eso fue increíble. Como si flotaras sobre el mundo. Pocas cosas se comparan a eso, pocas pero las hay. Esa misma sensación pero metafóricamente hablando, no solo la iguala sino que la supera. El sentirte amado por alguien de forma incondicional, el sentir como alguien sabe, conoce cada uno de tus defectos a la perfección y aún así te ama con cada nano milímetro de su cuerpo. El ver como alguien rompe su corazón en trillones de pedacitos para poder ahorrarte media milésima de dolor eso es algo que nadie nunca podrá describir. Porque no se describe. Se siente. Porque no se flota, se vuela. Yo he volado. Y si una vez lo hice sé qué puedo hacerlo dos. Antes o después y espero que cuando llegue ese momento la inocencia no haya quedado vetada por la experiencia. O que esta sea lo suficientemente positiva como para que no me haga olvidar la importancia de la inocencia. Que en realidad creo es un paso más. La experiencia también te hace valorar la inocencia."
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Llevo mucho sin escribir, llevo mucho congelada. Como siempre, cuando me suceden muchas cosas importantes suelo entrar en ese estado de congelación. Pero bueno, son precisamente esas cosas las que tiempo después me dan material para escribir y escribir. Y esto es solo el principio. Me alegra ser precisamente hoy, el día en que vuelva a publicar por aquí. Hoy es 11 de Marzo. Creo que es un bonito homenaje, a mi manera. Hace dos semanas estuve en atocha y una sensación extrañísima recorrió mi cuerpo. Era la primera vez que estaba allí no podía dejar de imaginarme el caos que tuvo que ser aquello. También estoy segura de que todas aquellas personas que sabían lo que les venía encima solo estaban pensando en todas aquellas personas otras que querían y a las cuales no les habían dicho ese último “te quiero”. Pero esto es otra historia que merece mucho más que una simple mención… solo que es una fecha que no se olvida. Ni se olvidará.
Estas fotos las tomé en Octubre de 2011